Crece violencia y corre más sangre

PAULINO CÁRDENAS

Los parámetros para medir el peligro real que significan los enfrentamientos de la narcoguerra son distintos para Estados Unidos que para México. Al gobierno de Barack Obama le preocupa del gobierno de Felipe Calderón que en México no se pueda detener el avance de las diferentes mafias que han ido sometiendo a sus designios a cada vez más plazas de la República, como sucede en Ciudad Juárez en donde van más de 7 mil muertos de diciembre de 2006 a la fecha y donde la población vive en el terror.

Acá en México los mandos federales y el gabinete de seguridad, incluído el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, insisten en señalar que los narcotraficantes se están matando entre sí. Eso nadie lo cree. Menos en Washington. Esa cruenta lucha ha cobrado en poco más de tres años alrededor de 23 mil vidas, muchas de ellas -aunque para el gobierno son pocas- han sido víctimas inocentes.

Uno de los meollos del asunto en  la narcoguerra es la discusión de algunos carteles de si el gobierno le da eventual ventaja al de Sinaloa que comanda Joaquín “El Chapo” Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada, quienes presuntamente han tenido en Germán Olivares el control de la operación del negocio en Ciudad Juárez, el corredor más importante en el mapa del tráfico de estupefacientes, de armas y de dinero proveniente de esas acividades ilícitas.

Mientras eso se dilucida, aunque esa especie la ha venido negando el gobierno, el hecho es que la pelea por territorio de los capos del narcotráfico que operan en México, y los encuentros con las Fuerzas Armadas y la Policía Federal cada día se multiplican más. Y esto es lo que preocupa. Fue precisamente en Juárez en donde el viernes pasado fueron masacrados seis miembros de la Policía Federal destacados en esa plaza con un narcomensaje de advertencia contra mandos designados por el titular de la SSP, Genaro García Luna.

A últimas fechas los ataques han sido no sólo contra instalaciones sino contra mandos policiales como sucedió con la secretaria de Seguridad Pública de Michoacán, Minerva Bautista Gómez, cuando regresaba de la inauguración de una feria anual. El atentado lo llevó a cabo el sábado pasado un comando de al menos 20 sicarios armados con fusiles de alto poder y granadas de fragmentación. Tres de sus escoltas murieron, igual que un civil. Ella salvó milagorsamente la vida pese a que se dispararon 2,700 tiros; más de 200 dieron en su vehículo.

Y en Guerrero, en el municipio de Ometepec, fue ejecutado el dirigente estatal del Partido del Trabajo, Rey Hernández García, promotor de una coalición con PRD y PAN para la elección de gobernador en 2011. De acuerdo con la Secretaría de Seguridad Pública local, un comando a bordo de una camioneta sin placas ejecutó con armas AK-47 al petista, quien recibió siete disparos. Estos casos, sin hacer el recuento de los que se han suscitado en la última semana en todo el país.

En Washington la preocupación está llegando al límite y los elogios para Calderón por el combate al narcotráfico están siendo cambiados por propuestas como la que reveló en su visita a México el ex presidente Bill Clinton, quien trajo el recado de la pretensión del gobierno de Obama de echar a andar un ‘Plan México’ similar al Plan Colombia, que iría mucho más allá del evidentemente fracasado Plan Mérida.

Señaló que su esposa Hillary Clinton, secretaria de Estado norteamericano, ya lo planteó no sólo al Congreso de su país sino al propio gobierno mexicano. La propuesta de Clinton fue bateada por el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont. Dijo que Estados Unidos ‘debería asumir con vergüenza’ ser el principal consumidor de drogas en el mundo. Aún así, por como están las cosas, un día de estos podríamos amanecer con un ‘Plan México’.

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